Hace unos días fuimos con mi esposa e hijos a visitar a un familiar, que vive en una zona rural cerca de Pelequén, en la comuna de Malloa, región de O’Higgins. Allí, bajo una sinfonía de chincoles, tencas, loicas y queltehues, dedicamos dos días a plantar árboles frutales, pensando en sentar las bases para un futuro bosque comestible, al que se le agregarán próximamente otras especies nativas y arbustivas.
Para quien esté familiarizado con esta labor, los pasos son sencillos: marcar los lugares, cavar los hoyos, preparar la tierra, plantar los arbolitos, regar, etc. Sin embargo, en esta ocasión aprendimos una lección de un maestro inesperado. Al comenzar a cavar, notamos que el suelo era bastante arcilloso. A pesar de ser fértiles reservas de nutrientes, los suelos arcillosos suelen ser más pesados, no drenan bien y pueden resultar difíciles de trabajar cuando se secan. Buscando una mejor tierra para plantar los frutales, encontramos un montículo donde había unos viejos espinos, que ya estaban empezando a florecer en pleno invierno. Bajo ellos, encontramos una tierra mucho más suelta, porosa y con mucho mejor aspecto.
Dado el giro hacia la regeneración que ha dado mi trabajo en el último tiempo, este sencillo hecho de encontrar una mejor tierra bajo los espinos, me llevó a mirarlos con nuevos ojos . Llegando a casa me puse a indagar sobre esta tan infravalorada especie.
De acuerdo con estudios del Instituto de Ecología y Biodiversidad, el espino (Vachellia caven, clasificado por el abate Molina como Acacia caven) con su crecimiento lento, actúa como un fijador de nitrógeno, creando un microclima bajo su copa, generando sombra y temperaturas más bajas, en el suelo en comparación con otros lugares sin cobertura de árboles. Por ello, pueden cumplir un rol clave en la restauración de los ecosistemas, pues vienen a dar primeros auxilios naturales a lugares dañados, según afirma la investigadora Meredith Root-Bernstein, asociada al IEB. El espino rebrota muy bien desde las cepas cortadas o quemadas y también lo hace desde raíces, lo que facilita su regeneración, cuando no está expuesta al pastoreo. Sus semillas son fuente de nutrientes, tanto para animales silvestres como para el ganado, que contribuyen a su diseminación. Adicionalmente distintos saberes populares le otorgan propiedades medicinales.
Todo ello, me llevó a escribir esta columna, para compartir el espino como una fuente de inspiración para el movimiento regenerativo, por su capacidad de florecer en invierno, por su capacidad para regenerar la tierra, por su capacidad para restaurar orgánicamente los ecosistemas, por su resiliencia humilde y silenciosa y sobre todo por la generosidad y abundancia que generan a su alrededor.